marzo 30, 2009

My city screams

Regreso al DF. Gente histérica, acelerado ritmo de vida donde respiras smog y mierda seca que viaja por el ambiente con una facilidad sorprendente.

Lo primero que haré será buscar el puesto de carnitas más sucio que encuentre y pediré una orden de tacos de maciza con nana y mucha salsa. No es por desmerecer al chile habanero pero fuera de eso los yucatecos no comen otro picante.

Supongo que iré a un crucero de la ciudad a que me atropellen o a cualquier calle oscura donde sea probable que me asalten, las emociones fuertes no son algo que consigas fácilmente en Mérida.

veré a mis amigos y mi familia y seguramente estaré mentándole la madre al DF en menos de una semana pero es un precio que tendré que pagar. Y pensar que viaje mas de mil 500 kilómetros para encontrar trabajo... en el DF.

Váyanse al carajo, yucas!

marzo 28, 2009

Agua

El sudor le escurría por todos los poros de la piel. Rossette leía correos y usaba mensajeros instantáneos para enterarse de la vida que dejó a más de mil 500 kilómetros de Mérida, en el DF.

Escribía frenéticamente para decirle a sus amigos sus últimas voluntades. Sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Encontrarían su cadáver seco, como pasa.

marzo 26, 2009

Buena muerte

Supone Ross que un día morirá. No le aterra la idea de exhalar por última vez un día soleado o nublado, eso no le importa. Eso podría ocurrir de miles de maneras: accidentales, causadas por el hombre o naturales. Sabé que un día así será.

Pasará un día de febrero, octubre o diciembre aunque si le dan a elegir él prefiere que sea en agosto, el mismo mes que le vió abrir los ojos. Y es que le gusta cerrar los ciclos perfectamente y, aunque no es muy puntual, le gustaría serlo para su última cita. No es que la Muerte vaya a ser indulgente con él por acudir al día y hora pactada. Simplemente le gustaría tener un buen detalle con ella.

Llegado el momento lo aceptará tranquilo y sin reclamos lastimeros. Fallecerá con dignidad y, si puede, mientras fuma un Marlboro rojo. Sabrá entonces que bien valió la pena vivir la vida como lo hizo y no extrañará a nadie, ni a su familia, ni amigos ni a sus mascotas. Algún día los veré, dice.

Lo que a Ross preocupa es lo que pase después en este plano existencial. No tanto el llanto de sus seres queridos que no escuchará, ni los abrazos a su cuerpo que no sentirá, ni las flores que jamás olerá. Le preocupa su recuerdo o, mejor dicho, el recuerdo que los demás tengan de él y por eso hace una lista de cosas que le gustaría hicieran en su nombre y memoria:

Primero, y antes que nada, quiere ser enterrado en un ataúd de madera. Odiaría viajar al Más Allá en una barca de frío metal, dice.

En segundo lugar le gustaría que cada aniversario de su muerte quienes lo quisieron escuchen una canción. Para tal fin eligió Moonlight serenade de Glenn Miller. Así cuando la escuchen en otros lugares y otras fechas me recordarán, dice.

Su tercer deseo es que a su tumba no lleven flores. Prefiere manojos de albahaca, yerbabuena y hojas de mandarina, son más baratos y de olor tan penetrante que seguro llegará hasta donde esté. Así cuando esos aromas lleguen a sus narices se acordarán de mí, dice.

Para su cuarta voluntad, Ross quiere que sigan celebrando su cumpleaños. Así cada 12 de agosto familiares y amigos suyos se reunirán en torno a una mesa con abundantes platos de pasta, kilos de carnitas, centenares de camarones, enormes porciones de chongos zamoranos y litros de café, cerveza, vino y una copita de absenta para que recuerden el verde de sus ojos, dice.
En último lugar, pide una cajetilla de Marlboro rojo cada 1 de noviembre. Una vela bastará para encender sus cigarros. Le gustaría también un vaso de agua pues tendrá sed después de bailar la Danse macabre, dice.

Lo demás no le importa, son asuntos de vivos que a los muertos no nos atañen, dice.

marzo 21, 2009

Abre los ojos

Ross se despertó temprano. Contrario a las firmes creencias e ideas preestablecidas que le indicaban levantarse como mínimo a las 10 de la mañana y abrió los ojos dos horas antes. Se bañó tratando de cumplir el ritual de manera rigurosa: remojarse, enjabonarse el cuerpo y regresar a la cortina de agua para limpiarse la espuma.
Dando golpes indulgentes al ventilador lastimero, su único mueble y compañero, Ross tomó su mochila y salió al calor de 34 grados centígrados. Ni siquiera era mediodía. Encendió un cigarro.